Carmen Thomàs
“Cuando
se habla o se escribe sobre la Generación del 27, suele centrarse el discurso
en la literatura y los hombres. Es decir, se olvida que también había pintores,
escultores, músicos… Y por supuesto, mujeres”. Así empieza el estudio
realizado por la escritora Rosa Ruiz Gisbert sobre la relación entre Maruja
Mallo y la Generación del 27.
Como bien apunta Gisbert en su tesis,
nombres de gran peso como José Ortega y Gasset consideraban completamente
“antinatural” que la mujer se dedicara a otros menesteres que no fueran los que
la sociedad le había encomendado (la casa y la familia). Otros eruditos, como
González Blanco, afirmaban que “lo peor que le puede ocurrir a una mujer es que
se libere, puesto que la liberación la llevará al vicio”. Estos son sólo
algunos de los ejemplos de lo que, los que hoy día consideramos como un
“modelo” de su época, pensaban entonces de aquellos que, como Maruja Mallo,
luchaban por la igualdad de condiciones sociales y el reconocimiento
artístico que merecían.
Maruja Mallo formó grupo junto a Lorca,
Dalí y otros artistas, entre ellos Buñuel, quien se
mostraba receloso de su talento y jamás llegó a tomarse su obra en
serio, al igual que Lorca, que pese a la denuncia que mostraba en muchos
símbolos y poemas, jamás vio del todo correcto que una mujer se realizara como
artista, según José Luis Ferris. En cuanto a Dalí, las obras de
ambos influyeron recíprocamente, aunque fueron las de Dalí las que pasaron a la
historia mientras que Maruja fue paulatinamente pasando al olvido.
Si muchos artistas y pensadores de esta
Generación del 27 no veían bien que una mujer se dedicara a la pintura, tampoco
iban a aceptar la actitud “extravagante” de Mallo, que cambió su ropa
ceñida por prendas más holgadas y se cortó el pelo a lo chico, instaurando
además el “sinsombrerismo” del que se llegó a sentir tan orgullosa. Según Gisbert
“Margarita Manso y Concha Méndez fueron sus compañeras de experiencias
transgresoras.” “Asistió a clases de dibujo y con otras mujeres de la época
luchó contra las ataduras, la mediocridad y los prejuicios mentales y sociales
que trataban de anular a la mujer”.
Fue la
fortísima personalidad de Maruja, además de su indiscutible talento, la que
cambió por completo el trabajo de uno de los poetas más reconocidos de esta
Generación del 27: Rafael Alberti, con quien mantendría una
turbulenta relación desde 1924 (justo después de que Alberti ganara el Premio
Nacional de Literatura por Marinero en Tierra) hasta 1930. Ya
en Buenos Aires, tras su huida del franquismo, Maruja es reconocida por el
periódico “Crítica” entre los mejores pintores de la época junto a
Diego Rivera y Pablo Picasso. Pero su obra no sólo está destinada a las
galerías y exposiciones pictóricas, Maruja Mallo fue, además, la
responsable de vestuario y decorados de la obra Cantata en la tumba de
Federico García Lorca.
A partir
de 1940, y especialmente a raíz de la pérdida de “fuerza” del franquismo, su
imagen se va diluyendo y olvidando poco a poco, al igual que el de muchas otras
mujeres que conformaron la historia del arte de nuestro país. La realidad
actual nos muestra una sociedad olvidada de su propia historia artística y
cultural, puesto que se ha basado en modelos impuestos, modelos que han borrado
nombres esenciales de los libros. Pero esperamos, con paciencia, que vayan
nutriéndose de la memoria que la sociedad y la cultura necesitan.
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