Llanos de la Rosa Cifuentes | Teatro | Crítica
Título: Los hijos de Kennedy
Autor: Robert Patrick
Traducción, versión y dirección: José María Pou
Duración: 100 minutos
Reparto: Emma Suárez, Fernando Cayo, Ariadna Gil, Alex García,
Maribel Verdú
Puntuación: 4/5
Amor libre,
movimientos sociales, la guerra más cuestionada de Estados Unidos, la
homosexualidad, el arte, el éxito y el fracaso. Son temas que bien pueden
resumir los años sesenta en la todopoderosa América. Años de cambios positivos
y prosperidad. ¿O no?
Esa es la
pregunta que nos lanzan, indirectamente, “Los hijos de Kennedy”. La obra de teatro de Robert Patrick fue
presentada en Londres en 1973. Pero José María Pou es consciente de que los
planteamientos morales que se presentaron entonces, bien pueden darse en el
mundo actual de crisis. Por eso rescata la pieza y le da vida a través de cinco
actores con alto nivel interpretativo, pero que no interactúan entre ellos a
pesar de encontrarse en el mismo local. A golpe de monólogos internos acompañados de una escenografía inmejorable y
escenas reales de aquellos años, conocemos a cinco representantes de aquella
época.
La de los
sesenta era una generación cargada de ilusión por alterar las normas escritas y no escritas hasta
entonces. Lo refleja bien Rona (Ariadna Gil), una joven hippy que lucha por
cambiar el mundo que conoce, pero a la que el mundo acaba derrotando. Gil dota
de un dramatismo perfectamente creíble a esa chica que, entre sueños, se topa
con la realidad y las drogas. Es este, el monólogo más intenso y sobrecogedor
de la obra.
Pero no todos
quisieron luchar contra el mundo, porque creyeron que otros lo harían por ellos.
Es el caso de Wanda (Emma Suárez), una trabajadora de clase media que confió en
los cambios que parecía traer Kennedy y que, con la muerte del presidente,
comienza a darse cuenta de que todo seguía igual, pero maquillado. Suárez, con
su cara de niña refleja de forma magistral esa inocencia que se acaba
rompiendo.
Aunque, para
inocente Carla (Maribel Verdú). Cuesta reconocer a la artista que le da vida
por dos razones: su pelo, de pronto rubio, y su papel de mujer simplona y
manejable que cree que puede ser la
nueva Marilyn Monroe (otra de cientos). Esa falta de reconocimiento inicial
honra a la actriz, que manifiesta, una vez más, que nos encontramos frente a
una de las mejores intérpretes españolas de las últimas décadas.
Y si hay algo
que hace perder cualquier ilusión es la vivencia de una guerra en primera
persona. Si a ello sumamos que es la de Vietnam, la más larga y cruel que han
vivido los soldados norteamericanos, podemos llegar a entender a Mark (Álex
García), el personaje más torturado y perdido de esta representación. Sin
embargo, no es por el que más empatía sentirá el espectador. A García le falta
un punto de credibilidad, quizá un punto
de madurez teatral que todavía no le ha dado su experiencia en el cine y la
televisión.
Fernando Cayo sí
demuestra su experiencia sobre las tablas. El actor da vida a Sparger, un
intérprete underground y homosexual
que comprende que la sociedad todavía no tiene una mente tan abierta como él
finge creer. Cayo saca su lado cómico y nos hace sonreír con algunos gestos, al
tiempo que compasión por Sparger.
Porque todos
fingen. Representan una generación que tenía en sus manos el poder del cambio y
el futuro más prometedor de la historia. Sin embargo, pudieron con ellos. ¿Es tan distinto a la nueva generación de
jóvenes de este siglo?
Lo mejor: La fuerza de los personajes,
en especial el de Ariadna Gil. Y ver a Maribel Verdú fuera de los papeles que
suele interpretar.
Lo peor: La falta de hilo argumental
puede llevar a momentos de aburrimiento.
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