Carmen Thomàs | Opinión | Cine
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Cate Blanchett frente a Rooney Mara en 'Carol' |
Todo cinéfilo sabe que en Hollywood se cumplen tantas aberraciones como maravillas. Y no sólo hablo de películas más o menos aburridas, convencionales, comerciales, tópicas o absurdas (aunque en ocasiones lo absurdo tenga más cabida que las catalogables en los adjetivos anteriores).
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Eddie Redmayne y Alicia Vinkader en 'La chica danesa' |
Este año no sólo es el de la "huelga" de los cineastas negros por la escasa representación de afroamericanxs en el cine, sino que, más allá de eso, es el año en el que se presentan, con posibilidad de conseguir estatuillas en diferentes categorías,
películas en pro de la igualdad de derechos LGTB: Hablo de 'La chica danesa' (Tom Hoooper) y 'Carol' (Todd Haynes). Películas que, lejos de los convencionalismos hollywoodienses, se alejan del falocentrismo y las bonitas historias de amor con final feliz para acercarse al lado más duro y crítico de la desigualdad y del conflicto que supone luchar por tu naturaleza cuando esta es ser mujer lesbiana o transexual. También, dicho sea de paso, ayudan a reflejar un hecho importante: Tanto La chica danesa, como Carol, nos enseñan que la constante lucha por la igualdad de derechos es equivalente a una lucha por amor que en las películas de índole heterosexual ha acabado resultando idealizada y tópica, y que aquí cobra sentido de tal manera que ambos finales no nos resultan "dramas lacrimógenos", sino películas crudas, reales, fastidiosas, pero alegres.