Carmen Thomàs | Reportaje | Artes plásticas
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Maruja Mallo y Josefina Carabias con 'Antro de fósiles' en Madrid, 1931 |
Ana
María González Gómez, una de las madres del surrealismo pictórico,
nació un 5 de enero de 1902 en Lugo, sin
saber aún que estaría condenada a pertenecer a ese pequeño grupo de personas (pocas,
y por lo tanto, solitarias) que no pueden evitar ver el mundo de otra forma,
individuos que nacen y sobreviven a una creatividad exacerbada y normalmente
reconocida a destiempo. Formaría, junto a Lorca, Buñuel y Dalí, uno de los
grupos de artistas más importantes de la historia, aunque en aquella época su
importancia se viera eclipsada por el simple hecho de ser mujer.
Comentaba Marifé Santiago Bolaños (escritora), que la niña que se hizo llamar Maruja Mallo, es una lección porque ella representa en el
terreno de la creatividad todo lo que un soñador puede aportar a su época, y,
en su caso, a épocas que todavía tienen que llegar.
¿Es la transgresión
algo inherente a esta lección que apuntaba Bolaños? José Luis Ferris, autor de
artículos y una biografía de la artista (“Maruja Mallo y la Generación del 27”),
nos contaba que presumía, de instaurar
en España el “sinsombrerismo” en una época (1920) en la que quitarse el
sombrero era, para una mujer en España, como ir al mercado en ropa interior. De
hecho, empezó a practicar deporte con ropa que era más cómoda de la usual. De
esta forma, acompañó en la distancia lo que Gabrielle Bonheur (Coco Chanel) estaba
empezando a hacer en un París que seguía estando muy adelantado a la España de
los años 20 y las décadas que le siguieron.