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martes, 27 de mayo de 2014

La vigencia de las voces de hace 50 años



Llanos de la Rosa Cifuentes | Teatro |  Crítica

Título: Los hijos de Kennedy
Autor: Robert Patrick
Traducción, versión y dirección: José María Pou
Duración: 100 minutos
Reparto: Emma Suárez, Fernando Cayo, Ariadna Gil, Alex García, Maribel Verdú
Género: Drama
Puntuación: 4/5


Amor libre, movimientos sociales, la guerra más cuestionada de Estados Unidos, la homosexualidad, el arte, el éxito y el fracaso. Son temas que bien pueden resumir los años sesenta en la todopoderosa América. Años de cambios positivos y prosperidad. ¿O no?
Esa es la pregunta que nos lanzan, indirectamente, “Los hijos de Kennedy”.  La obra de teatro de Robert Patrick fue presentada en Londres en 1973. Pero José María Pou es consciente de que los planteamientos morales que se presentaron entonces, bien pueden darse en el mundo actual de crisis. Por eso rescata la pieza y le da vida a través de cinco actores con alto nivel interpretativo, pero que no interactúan entre ellos a pesar de encontrarse en el mismo local. A golpe de monólogos internos  acompañados de una escenografía inmejorable y escenas reales de aquellos años, conocemos a cinco representantes de aquella época.  

La de los sesenta era una generación cargada de ilusión por alterar  las normas escritas y no escritas hasta entonces. Lo refleja bien Rona (Ariadna Gil), una joven hippy que lucha por cambiar el mundo que conoce, pero a la que el mundo acaba derrotando. Gil dota de un dramatismo perfectamente creíble a esa chica que, entre sueños, se topa con la realidad y las drogas. Es este, el monólogo más intenso y sobrecogedor de la obra.

Pero no todos quisieron luchar contra el mundo, porque creyeron que otros lo harían por ellos. Es el caso de Wanda (Emma Suárez), una trabajadora de clase media que confió en los cambios que parecía traer Kennedy y que, con la muerte del presidente, comienza a darse cuenta de que todo seguía igual, pero maquillado. Suárez, con su cara de niña refleja de forma magistral esa inocencia que se acaba rompiendo. 

Aunque, para inocente Carla (Maribel Verdú). Cuesta reconocer a la artista que le da vida por dos razones: su pelo, de pronto rubio, y su papel de mujer simplona y manejable  que cree que puede ser la nueva Marilyn Monroe (otra de cientos). Esa falta de reconocimiento inicial honra a la actriz, que manifiesta, una vez más, que nos encontramos frente a una de las mejores intérpretes españolas de las últimas décadas.

Y si hay algo que hace perder cualquier ilusión es la vivencia de una guerra en primera persona. Si a ello sumamos que es la de Vietnam, la más larga y cruel que han vivido los soldados norteamericanos, podemos llegar a entender a Mark (Álex García), el personaje más torturado y perdido de esta representación. Sin embargo, no es por el que más empatía sentirá el espectador. A García le falta un punto de credibilidad,  quizá un punto de madurez teatral que todavía no le ha dado su experiencia en el cine y la televisión.

Fernando Cayo sí demuestra su experiencia sobre las tablas. El actor da vida a Sparger, un intérprete underground y homosexual que comprende que la sociedad todavía no tiene una mente tan abierta como él finge creer. Cayo saca su lado cómico y nos hace sonreír con algunos gestos, al tiempo que compasión por Sparger.
Porque todos fingen. Representan una generación que tenía en sus manos el poder del cambio y el futuro más prometedor de la historia. Sin embargo, pudieron con ellos.  ¿Es tan distinto a la nueva generación de jóvenes de este siglo?

Lo mejor: La fuerza de los personajes, en especial el de Ariadna Gil. Y ver a Maribel Verdú fuera de los papeles que suele interpretar.
Lo peor: La falta de hilo argumental puede llevar a momentos de aburrimiento.





martes, 29 de abril de 2014

Mujeres de tablas



Llanos de la Rosa Cifuentes|Reportaje|Artes escénicas


  • Para las actrices supone una traba más a la profesión su condición de mujeres
  • Algunas autoras, como María Lejárraga se vieron obligadas a publicar bajo seudónimos
  • La efemeridad del éxito se incrementa en el caso de las dramaturgas
  • Las propias actrices y autoras teatrales ven con pesimismo su situación laboral

La casa y las tareas domésticas han sido el lugar tradicional reservado para la mujer. Esa es una verdad que hemos leído y escuchado cientos de veces. El teatro, no iba a ser una salida a esta premisa. De hecho, aquellas mujeres que se incorporaron al mundo de la interpretación, de una u otra forma, acabaron siendo criticadas, menospreciadas o simplemente ignoradas, quizá esta última sea la peor de las discriminaciones. El teatro es una de las parcelas del arte más antiguas. Para hablar de la historia de la interpretación habría que remontarse a los inicios de la humanidad. Aunque definido por los griegos, esta forma de expresión no se identifica con ningún periodo o cultura particular es una forma de lenguaje por medio del cual, originalmente, el mundo fenoménico es imitado y celebrado. 


Dramaturgas en el camino a la democracia de la igualdad

Ana Diosdado rompió moldes en sus obras del último franquismo




La muerte de Franco debía suponer una ruptura con todo lo anteriormente establecido. La democracia tenía que traer la igualdad. El mundo del teatro no fue ajeno a estos cambios. Y las mujeres menos. En los últimos años de la dictadura, ya destacaron algunas dramaturgas, como es el caso de Ana Diosdado que estrena, en 1970, Olvida los tambores y en 1973, Usted también podrá disfrutar de ella, que supone una interesante construcción espacio-temporal, y la presentación de dos personajes (Fany y Javier) densos, elaborados, dotados de profunda humanidad. Tras la muerte del dictador, estrena Y de Cachemira chales (1976), que constituye una parábola de la España de la Transición. Según Patricia W. O´Connor (estudiosa norteamericana especializada en la dramaturgia española), en su obra Dramaturgas españolas de hoy, “Diosdado rompió moldes y sirvió de modelo para otras mujeres que querían escribir teatro”. Sin embargo, también critica que, a pesar de su transgresora versión de Casa de muñecas (1987), durante la democracia, Diosdado “no progresa en cuanto a la presentación de la mujer”. 


Al iniciarse la década de los ochenta surge un numeroso grupo de dramaturgas. Algunas, como Ana Diosdado, ya habían comenzado su andadura anteriormente. A finales de la década, siguen dándose casos de mujeres con notable talento para la dramaturgia, pero la igualdad todavía no es real, aunque la Transición haya casi concluido. Uno de los casos más destacados es el de Carmen Resino quien había publicado su primer drama en 1969, El presidente. Sin embargo, Resino se da a conocer, especialmente, por ser la primera presidenta de la Asociación de Dramaturgas Españolas, inaugurada en 1987, y por su posición activa ante el aislamiento de que es objeto la dramaturgia femenina La autora definió así los objetivos de la agrupación: “Reivindicar, sin ningún tipo de tinturas ideológicas ni pancartas feministas, la actividad dramatúrgica femenina y, a través del teatro, contribuir a mejorar la situación de la mujer dentro del contexto social, cuyo sistema se obstina todavía en cerrarle determinados ámbitos de actuación”.

El silencio de una dramaturga


María Lejárraga vivió a la sombra de su marido hasta su separación


Republicana, socialista, feminista, pero, sobre todo, escritora. Son los rasgos que mejor definen a María Lejárraga (España 1877-Argentina 1974), quien colaboró activamente en el movimiento feminista y fue elegida diputada en las Cortes por el Partido Socialista Español. Sin embargo, su otra faceta, la de escritora, se vuelve uno de los casos más sangrantes de olvido de nuestro país. María Lejárraga también era conocida como María Martínez Sierra, apellidos que tomaba de su marido Gregorio, autor teatral que contó con notable fama. 


No eran pocos los que sospechaban que María colaboraba o influía en los escritos de Gregorio, aunque este nunca la citara en sus textos. Pero hoy, es una certeza que ella era la auténtica autora de la mayor parte de las piezas de su marido. Incluso tras su separación, siguió escribiendo ensayos y comedias que él  representaba con su nombre. María sólo firmó los volúmenes en prosa “cuentos breves” (1899), “La mujer ante la República” (1931), “Una mujer por caminos de España” (1952), “Gregorio y yo (medio siglo de colaboración)” (1953), “Viaje de una gota de agua” (1954)) y la colección de obras teatrales “Fiesta en el Olimpo” (1960).

Por si fuera poco, fue y se olvida nombrarla como autora de los libretos de “El amor brujo” y “El sombrero de tres picos” de Falla o “Margot” de Turina.

María Lejárraga, confesó que no firmó las obras debido a un juramento que hizo en su juventud: “Cuando publicamos ambos nuestros primeros libros, el de Gregorio fue recibido con champán y una fiesta. Cuando yo presenté el mío, nadie creyó que fuese importante y no le prestaron atención. Pillé un berrinche y juré que nunca más verían mi nombre en un libro. Hasta la muerte de Gregorio”. 

María terminó exiliándose tras la Guerra Civil y finalizó su vida en Buenos Aires, con casi un siglo de vida a sus espaldas y habiendo visto, de nuevo, su nombre en sus publicaciones, tras años de anonimato.

Para saber más: Documental dedicado a María Lejárraga