Llanos de la Rosa Cifuentes | Reportaje
“Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado”. Gustave Flaubert así lo decía en su célebre obra ‘Madame Bovary’ (Segunda Parte - Capítulo III). Quizá, por esa libertad asignada históricamente al hombre, se le ha reservado a él el protagonismo en las grandes obras culturales. Sería lógico pensar que si a la mujer se le asigna el lugar de esposa, amante y madre de los hijos de los protagonistas o de ellos mismos, es porque ese “es el papel que tiene en la vida real”, explica María Teresa Algado, profesora de Sociología en la Universidad de Alicante (UA). “La cultura está relacionada con la sociedad. Si a través de la primera se le muestra a la segunda más ejemplos de mujeres luchadoras e independientes de las acciones masculinas, se motivará a las mujeres a liberarse de esos roles tradicionales y anticuados”, insiste Algado.
Sin embargo, Anastasia
Téllez, antropóloga y directora del Máster
Universitario en Igualdad y Género en el Ámbito Público y Privado de la
Universidad Miguel Hernández (UMH), considera que hasta hace poco la visión de
la mujer que daban las artes a la sociedad era “androcéntrica, machista y
heterosexual”. La antropóloga reconoce que “seguimos en una sociedad donde se
infravalora lo femenino y a las mujeres frente a lo masculino por tónica
general”. A pesar de esta teoría, Téllez se muestra optimista y explica que desde
hace unas décadas, “se viene viendo un trato más igualitario”.